¿Bukowski
sobrevalorado?
Bukowski es sin
duda uno de los más destacados escritores del siglo XX. Caracterizado por un
lenguaje mordaz y directo, que lo ha hecho sobresalir en una época en la que el
manejo de la lengua por parte de los escritores ha cambiado notablemente.
Bukowski es
la muestra viviente del nihilismo. Es un ejemplo innegable de la inexistencia
del sentido de la vida, del desgaste de los valores morales y de la saturación
de la mente humana con las rutinas y la cotidianidad. No es para nadie un
secreto que la imagen que provee el autor no es más que la de un hombre cansado
de una versión de la vida que ha sido transgredida y que se ha convertido en
una carrera por el futuro.
Cosas tan
importantes para el común de la gente como el dinero, la familia, el amor, el
trabajo, las fechas especiales, el sexo y otras manifestaciones de la realidad
para Bukowski son meras aplicaciones de una sociedad absurda que él nunca
soportó. Y si estas cosas son comunes, naturales y por lo menos válidas en un
mundo en constante cambio, Bukowski prefirió ausentarse del mundo y confinarse
en su propia miseria.
Podemos
preguntarnos - ¿Cómo un hombre al que le importa poco todo puede llegar a tener
la sensibilidad de escribirle al amor o aconsejar a otro cómo vivir? – Pues
Bukowski lo logra. Logra encarnar en su tradicional forma de expresarse a un
ser que pareciera dolerle el mundo pero no su propia realidad. Un hombre al que
le importa muy poco encajar pero que articula perfectamente su talento con la
miseria del mundo. Dijo alguna vez: “La dedicación sin talento no vale nada, y
todos creemos que tenemos talento”. Palabras que conjugan su innegable deseo de
escribir, de simplemente rendirse a su herramienta, a su “misión”.
Su obra
enaltece la versión más deplorable que pueda mostrar un ser humano y esconde un
grupo de sensaciones ajenas que se transforman en lástima. ¡Pobre Charles!..
Tan lleno de gracia y tan lleno de vida…vida que se desploma en habitaciones
pútridas y noches de vino.
Podemos
hablar de su vida, de su obra, de su legado estilístico, de su vida
controversial, a pesar de odiar los medios y en cada uno de esos ámbitos
hallaremos trozos de su desprecio por el mundo. Su lenguaje, por ejemplo, haría
enmudecer a los más arduos defensores de la lengua. Muchos dirán que es un
escritor audaz, intrépido, arriesgado, innovador y fiel a sí mismo o que creció
en una época que influenciaba ese tipo de expresiones. Pero bajo mi opinión,
muy, muy personal creo firmemente en la exaltación coherente y magnífica
de la lengua, en una sensata relación con las raíces y con los escritores de
una época pretérita que pretendieron entregar una de las más puras manifestaciones
de la tradición generacional al mundo.
No me
disgusta su obra en su totalidad porque he encontrado en algunas de sus líneas
una amalgama de sensaciones escondidas, un universo particular con el que me
llegado a identificar y lograr identificar a un lector es el mayor logro de un
autor, a mi parecer.
Por otro
lado considero que es un autor que llega en una época de revoluciones sociales,
donde la mente sigue siendo manipulable y alienable, donde se ha desfigurado el
lenguaje magnífico de siglos anteriores y se ha traído a los confines más
burdos del idioma, donde hacer más digerible un texto significaba prosperar y
donde con fruición se consumía información tan a la ligera que se volvía
literatura.
Bukowski
tuvo suerte, él mismo lo aceptó. Fue un beneficiado de la decadencia, un
oportunista al que la misma vida que despilfarraba día a día le premió con un
renombre tan fabuloso que ni él mismo estaría de acuerdo.
“Francamente,
estaba horrorizado con la vida, con lo que un hombre tenía que hacer simplemente
para comer, dormir y mantenerse vestido. Entonces me quedaba en la cama y
bebía. Cuando bebía el mundo aún estaba allí afuera, pero por el momento no te
tenía agarrado del cuello.”
Factótum,
1975
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