viernes, 26 de enero de 2018



¿Bukowski sobrevalorado? 

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Bukowski es sin duda uno de los más destacados escritores del siglo XX. Caracterizado por un lenguaje mordaz y directo, que lo ha hecho sobresalir en una época en la que el manejo de la lengua por parte de los escritores ha cambiado notablemente. 

Bukowski es la muestra viviente del nihilismo. Es un ejemplo innegable de la inexistencia del sentido de la vida, del desgaste de los valores morales y de la saturación de la mente humana con las rutinas y la cotidianidad. No es para nadie un secreto que la imagen que provee el autor no es más que la de un hombre cansado de una versión de la vida que ha sido transgredida y que se ha convertido en una carrera por el futuro.

Cosas tan importantes para el común de la gente como el dinero, la familia, el amor, el trabajo, las fechas especiales, el sexo y otras manifestaciones de la realidad para Bukowski son meras aplicaciones de una sociedad absurda que él nunca soportó. Y si estas cosas son comunes, naturales y por lo menos válidas en un mundo en constante cambio, Bukowski prefirió ausentarse del mundo y confinarse en su propia miseria. 

Podemos preguntarnos - ¿Cómo un hombre al que le importa poco todo puede llegar a tener la sensibilidad de escribirle al amor o aconsejar a otro cómo vivir? – Pues Bukowski lo logra. Logra encarnar en su tradicional forma de expresarse a un ser que pareciera dolerle el mundo pero no su propia realidad. Un hombre al que le importa muy poco encajar pero que articula perfectamente su talento con la miseria del mundo. Dijo alguna vez: “La dedicación sin talento no vale nada, y todos creemos que tenemos talento”. Palabras que conjugan su innegable deseo de escribir, de simplemente rendirse a su herramienta, a su “misión”. 

Su obra enaltece la versión más deplorable que pueda mostrar un ser humano y esconde un grupo de sensaciones ajenas que se transforman en lástima. ¡Pobre Charles!.. Tan lleno de gracia y tan lleno de vida…vida que se desploma en habitaciones pútridas y noches de vino.

Podemos hablar de su vida, de su obra, de su legado estilístico, de su vida controversial, a pesar de odiar los medios y en cada uno de esos ámbitos hallaremos trozos de su desprecio por el mundo. Su lenguaje, por ejemplo, haría enmudecer a los más arduos defensores de la lengua. Muchos dirán que es un escritor audaz, intrépido, arriesgado, innovador y fiel a sí mismo o que creció en una época que influenciaba ese tipo de expresiones. Pero bajo mi opinión, muy, muy personal creo firmemente en la exaltación coherente y magnífica de la lengua, en una sensata relación con las raíces y con los escritores de una época pretérita que pretendieron entregar una de las más puras manifestaciones de la tradición generacional al mundo. 

No me disgusta su obra en su totalidad porque he encontrado en algunas de sus líneas una amalgama de sensaciones escondidas, un universo particular con el que me llegado a identificar y lograr identificar a un lector es el mayor logro de un autor, a mi parecer. 

Por otro lado considero que es un autor que llega en una época de revoluciones sociales, donde la mente sigue siendo manipulable y alienable, donde se ha desfigurado el lenguaje magnífico de siglos anteriores y se ha traído a los confines más burdos del idioma, donde hacer más digerible un texto significaba prosperar y donde con fruición se consumía información tan a la ligera que se volvía literatura.

Bukowski tuvo suerte, él mismo lo aceptó. Fue un beneficiado de la decadencia, un oportunista al que la misma vida que despilfarraba día a día le premió con un renombre tan fabuloso que ni él mismo estaría de acuerdo. 

“Francamente, estaba horrorizado con la vida, con lo que un hombre tenía que hacer simplemente para comer, dormir y mantenerse vestido. Entonces me quedaba en la cama y bebía. Cuando bebía el mundo aún estaba allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado del cuello.”
Factótum, 1975

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